Desde el establecimiento de Israel, sus relaciones con los pueblos sin estado en Medio Oriente son compleja, pero pocos son tan relevantes como los kurdos. A diferencia de sus vecinos árabes, Israel ve en los kurdos un potencial aliado en una región dominada por regímenes hostiles. En los años setenta, Israel ya apoyaba a las insurgencias kurdas en Irak, entendiendo que un Kurdistán fuerte es como contrapeso a las dictaduras árabes y a Irán. Hoy, la situación evolucionó, pero la dinámica es la misma: la lucha kurda representa para Israel una oportunidad para debilitar a sus enemigos, en particular a Turquía e Irán.
Pero ¿quiénes son los kurdos? Para muchos en Occidente, son un pueblo casi desconocido, aunque su historia se remonta a miles de años. Son un grupo étnico de origen indoeuropeo que habita una región montañosa repartida entre Turquía, Irán, Irak y Siria. A pesar de contar con una identidad cultural fuerte y una lengua propia, el kurdo, nunca tuvieron un estado independiente. Su idioma tiene varios dialectos, siendo los principales el kurmanji y el sorani, y aunque recibieron influencias de sus vecinos árabes y persas, mantuvieron una cultura propia con fuertes tradiciones tribales y un sentido de comunidad muy arraigado.
En cuanto a la religión, la mayoría de los kurdos son musulmanes suníes, pero hay una minoría chiita y, sobre todo, grupos que practican religiones propias como el yezidismo y el zoroastrismo. Esto, la diferencia del islam predominante en la región. Esta diversidad religiosa generó desconfianza y persecuciones de potencias regionales a lo largo de la historia, acusándolos de ser “herejes” o de no encajar en la identidad nacional de los estados en los que viven.
Después de la Primera Guerra Mundial, cuando el Imperio Otomano se desmoronó, los kurdos estuvieron cerca de obtener su propio país. El Tratado de Sèvres, firmado en 1920, preveía la creación de un Kurdistán independiente. Sin embargo, tres años después, el Tratado de Lausana anuló esa promesa, dejando a los kurdos divididos en varios países sin derechos de autonomía. Desde entonces, son perseguidos y oprimidos en todos los estados donde viven, especialmente en Turquía, donde su identidad fue sistemáticamente reprimida. Hablar kurdo fue ilegal durante décadas, y cualquier intento de organización política ha sido duramente castigado.
En la actualidad, Turquía es el país que más combate a los kurdos, viendo en ellos una amenaza para su unidad territorial. El Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), una organización marxistaleninista fundada en 1978 lidera la lucha armada contra el gobierno turco con el objetivo de crear un Kurdistán independiente. En respuesta, Ankara reprime y etiqueta cualquier movimiento kurdo como terrorismo. Y utiliza la cuestión kurda para consolidar su poder político. Erdogan, en particular, manipula la figura de Abdullah Öcalan, líder encarcelado del PKK, para debilitar el movimiento independentista, forzándolo a pedir la disolución del grupo.
Como ya mencioné en otro artículo sobre Rojava, una de las experiencias políticas más interesantes en el mundo kurdo es la istración autónoma en el noreste de Siria. Conocida como Rojava, esta región implementó un modelo de autogobierno basado en la democracia directa, la igualdad de género y la ecología. Allí, las mujeres juegan un papel fundamental en la política y en las fuerzas de autodefensa, creando una sociedad única en Medio Oriente. Las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF), en su mayoría kurdas, son el brazo militar de esta istración, resisten la ofensiva de grupos islamistas y los intentos de Turquía de acabar con su autonomía. Para Israel, la supervivencia de Rojava es clave, ya que representa un modelo opuesto al islamismo radical que Ankara impulsa en la región.
En 2024, Netanyahu habló en la ONU sobre la relevancia de los kurdos en el nuevo orden de Medio Oriente. En Siria, las SDF emergen como la única facción con un modelo de gobierno estable y democrático, enfrentando a grupos islamistas apoyados por Turquía. Israel fortalece lazos con ellos y con otras minorías como los drusos, entendiendo que la caída de los kurdos sería una victoria para sus enemigos, en particular para Turquía e Irán.
Erdogan teme que una alianza entre Israel y los kurdos fortalezca la posición de estos últimos en Medio Oriente, desafiando la hegemonía turca. Turquía promueve iniciativas de desarme kurdo, pero no por un deseo real de paz, sino para evitar que estos no se conviertan en una fuerza determinante en la reconfiguración de la región. A su vez, Irán, debilitado por la guerra con Israel y la pérdida de influencia de Hezbolá, intensificará su represión contra los kurdos dentro de sus fronteras, temeroso de que se conviertan en un nuevo foco de inestabilidad.
El futuro del Kurdistán es incierto. La viabilidad de un estado kurdo dependerá de si Israel y otros aliados pueden sostenerlos frente a la oposición de Turquía e Irán. Mientras tanto, la ofensiva de Hamás del 7 de octubre de 2024 aceleró los cambios geopolíticos. En este nuevo tablero, la alianza entre Israel y los kurdos será una de las claves del futuro de Medio Oriente.
Las cosas como son
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