MIAMI — Joe Carollo tenía seis años cuando en 1961, un vuelo de 45 minutos lo trajo a tierras de libertad. Viajaba solo y, sin saberlo, se convertía en parte de un capítulo doloroso del éxodo cubano, la Operación Pedro Pan.
MIAMI — Joe Carollo tenía seis años cuando en 1961, un vuelo de 45 minutos lo trajo a tierras de libertad. Viajaba solo y, sin saberlo, se convertía en parte de un capítulo doloroso del éxodo cubano, la Operación Pedro Pan.
Desde el 26 de diciembre de 1960 hasta el 23 de octubre de 1962, muchos padres cubanos tomaron la dura decisión de enviar a EEUU a sus hijos para que no crecieran bajo el adoctrinamiento del naciente régimen de Fidel Castro.
Carollo, exalcalde de Miami y actual comisionado por el distrito 3, guarda en su memoria las imágenes de esa Cuba de la que se despidió a temprana edad. En charla con DIARIO LAS AMÉRICAS, se remontó a la casa de su infancia, en Caibarién, provincia Villa Clara, al centro de Cuba.
“Recuerdo que mi padre me llevaba en un barquito a Cayo Conuco, afuera de Caibarién, donde pescábamos. Ahora uno de esos cayos es el Cayo Santa María, que es posiblemente el cayo donde han invertido más en hoteles y otras cosas, y hasta los Castro tienen sus lugares ahí”, afirmó.
También se han quedado grabados en su memoria “los carnavales, que eran famosos”. Una vez, cuando estaba en kindergarten, “en los Maristas de Caibarién, el padre José nos sacó afuera cuando venían los barbudos, las tropas castristas”.
La casa de sus abuelos es uno de esos sitios a los que regresa cuando piensa en su niñez. La describió como “una casa bella en Caibarién con mosaicos españoles por todas las paredes y los pisos. Era una casa inmensa porque mi madre tenía 10 hermanos, o sea que eran 11. El comedor era como para 20 personas. Todos esos recuerdos los tengo”.
Luego la familia se mudó a La Habana, cuando Carollo tenía cinco años. “Ahí tengo muchos recuerdos también, de la casa nuestra en el Vedado, de mi padre cuando me llevaba a la playa”, dijo como si estuviera viendo lo que recordaba.
“De Cuba salí a los seis años. Mis padres me explicaron que me iban a mandar a Estados Unidos, que iba a ir solo y ellos después se iban a encontrar conmigo. Mi padre me trató de enseñar algunas palabras en inglés. La primera que aprendí fue water”, recordó entre risas.
Además, “un par de días antes de irme, mi padre me hizo recordar un mensaje que se lo tenía que dar a un señor del Gobierno de EEUU cuando llegara al aeropuerto. En el avión trataba de no olvidarme del mensaje”.
Carollo llevaba “una maleta pequeña con ropa —no sé qué me puso mi madre ahí— y una bolsita de soldados para jugar. En la mano izquierda, mi maletica, y en la mano derecha la bolsa”.
Algo que nunca olvidará es aquel momento desangelado y triste en el que su madre lloraba en la “pecera”, esa pared de cristal que separaba a los padres de los hijos que estaban a punto de irse, en el Aeropuerto Internacional José Martí. “Fue la primera vez que monté en un avión, era un avión de Pan American, que me llevó hacia Miami”, apuntó.
Una vez en Miami, fue trasladado “para lo que es Kendall hoy en día, donde había un centro grande de la iglesia católica, que tenía muchísimos otros muchachos ahí. Cuando me llevaron esa noche recuerdo ver todos los catres militares que estaban pegados uno al lado del otro, donde los niños dormían, y ahí me enseñaron cuál era el mío”.
Allí estuvo alrededor de dos semanas antes de que lo llevaran a Florida City, “un lugar con una cerca en un círculo”. En cada casa había un matrimonio que acogía a alrededor de 10 niños. “Yo era el más jovencito de todos los que estaban ahí. Recuerdo a Willy Chirino, que como era mayor que yo, me cuidaba, aunque ahora Willy dice que no, que yo era el que lo cuidaba a él. Pero no es así, no se lo creas”, dijo entre risas.
Algo que le avergüenza contar, pero que indica el nivel de estrés que sufrió de niño, fue que “esas dos primeras semanas no fui al baño. Fui al baño por primera vez el primer día que estuve en esa casa; recuerdo el dolor que tenía en el estómago”. Sin embargo, afirmó que tuvo la dicha de contar con una excelente familia, de apellido Bermúdez. “Florinda, que era la señora que me cuidaba con su esposo, tenía una hermana que era monja con mi tía Esther, que también era monja, o sea, que conocía a mi familia de Cuba”.
“Fue un cambio drástico. Tuve la suerte de que fueron solo seis meses hasta que mis padres llegaron, pero te puedo decir que seis meses me parecieron como seis años”. En efecto, “era un proceso con bajas y altas. Algunas noches me iba a dormir llorando, extrañando a mis padres, era bien difícil. Y siendo el más chiquito, había alguno que quería empujarte o algo, y aprendí desde muy niño a defenderme”, apuntó.
Cuando le dijeron que sus padres estaban en una oficina cercana a la casa de los Bermúdez, no pudo contener la alegría. Lo recuerda como si reviviera una película: “Había llovido el día antes. Había muchos charcos y yo corrí lo más rápido que he corrido en mi vida entera, brincando charcos hasta que llegué. Mi madre enseguida me abrió los brazos, me le tiré arriba. Me decía que más nunca, más nunca me iban a dejar solo en mi vida. Fue difícil”.
Antes de ir a su encuentro, Carollo se aseguró de buscar entre sus cosas algo muy especial. “Lo primero que agarré fueron 12 dólares. La iglesia daba un dinerito cada semana para comprar boberías. Y yo lo ahorraba. Le di 12 dólares a mi madre ese mismo día. Mi padre casi lloró con eso”.
La familia estuvo en Miami por un tiempo hasta que se mudó a Chicago en busca de mejores oportunidades. Allí vivió hasta los 15 años. De vuelta a Miami cursó estudios en Shenandoah Junior High, luego en el Miami High, de donde se graduó a los 17 años, antes de ir al Miami Dade Junior College (ahora Miami Dade College). De allí se graduó con 18 años y entró a la academia de policía. Se convirtió en el policía más joven en Florida, y no fue aquel su único récord. Carollo, que a los 20 años obtuvo un título universitario en Criminología y istración, y luego otro en Relaciones Internacionales y Psicología, en la Universidad Internacional de Florida, se convirtió en el comisionado más joven de Miami, con 24 años.
“Quizás debí haber seguido estudiando, pero entré en la política desde muy jovencito, llevando campañas a algunas de las personas principales del país como candidatos a gobernador, a senador federal, a presidente y congresista”, aseveró. Después de trabajar como comisionado, ocupó los puestos de vicealcalde y alcalde de Miami.
Sobre su exitosa trayectoria, como otros niños que llegaron con la Operación Pedro Pan, señaló que “es algo que la dictadura cubana odia de nosotros, por eso nos llama la ‘mafia cubana’. Hay muchos cubanos como yo que no nos hemos arrodillado nunca ante ese régimen”.
¿Qué habría pasado de haberse quedado en Cuba? Nunca se sabrá. Carollo prefiere pensar “cómo hubiera sido Cuba y hacia dónde hubiera llegado. Cuba era uno de los países más avanzados del hemisferio. Muchas de las mejores mentes se fueron del país, se llevaron sus hijos, y se siguen yendo de Cuba. Eso me hace pensar tantas veces cuánto más hubiera avanzado si no hubiera tenido esa maldita dictadura castrista y tantos de nosotros nos hubiéramos quedado contribuyendo a nuestra patria”.
¿Regresaría a Cuba? “No”, respondió con firmeza. “Y no voy a regresar hasta que Cuba no esté libre de esos malditos”.
Sin embargo, es partidario de la conciliación. “Tenemos que saber perdonar. No quiere decir olvidar, son dos cosas diferentes. Si no perdonamos, ¿cómo vamos a poder unir de nuevo en una patria libre a tantos cubanos que hemos estado regados por todo el mundo? Han sido muchas generaciones. Son más de 60 años”, enfatizó.
Y agregó que “obviamente un cubano como yo, que me tuve que ir de mi patria a los seis años, no vivió lo mismo que el cubano que salió hace 30 años, que el cubano que salió ayer. Tenemos que entender eso. Aquí hay que sumar, no seguir restando”.