viernes 30  de  mayo 2025
OPINIÓN

La manigua poetizada 2sme

Escasas obras pueden asegurarnos una experiencia de lectura tan placentera y edificante: aquí hallamos al Martí más puro, en cuerpo y espíritu; al verdadero y completo Apóstol 61504o

Diario las Américas | EMILIO J. SÁNCHEZ
Por EMILIO J. SÁNCHEZ

José Lezama Lima, al referirse a los Diarios de Campaña, de José Martí, escribió que era el más grande poema escrito por un cubano; Guillermo Cabrera Infante lo califica de obra maestra absoluta. Y el poeta y ensayista Cintio Vitier le dio categoría de texto sagrado: “uno de los sucesos espirituales más conmovedores de nuestra historia”.

Jamás creación tan breve, apenas 114 páginas —en la edición de Galaxia Gutemberg, 1997—, cosechó semejante reconocimiento. Y, sin embargo, siendo tan meritoria dentro de su producción—y más: de la cultura cubana—, es poco leída y menos conocida. No me extraña: desde el siglo pasado leer textos martianos es una especie de asignatura que se lleva como “arrastre”. Indefinidamente.

Y, sin embargo, escasas obras pueden asegurarnos una experiencia de lectura tan placentera y edificante.

El diario, como género literario, se vincula con la autobiografía y la narrativa. Si bien no fue escrito con fines de publicación masiva (como Ismaelillo o Versos Sencillos), Martí era consciente de que sería leído por otras personas. Se esmeró, por tanto, en que fuera algo más que un testimonio autobiográfico (para sí).

Nada de lo que escribió antes se le parece. Ha abandonado la prosa de las crónicas periodísticas que, junto a las de Darío y Gutiérrez Nájera, fundaron el modernismo, caracterizadas por una recargada adjetivación, cultismos y metáforas.

Esta, la de los Diarios —sobre todo en su segunda parte—, es una narración directa, sencilla, en ocasiones telegráfica, por donde fluye su pródiga imaginación, sensibilidad poética y profundidad de pensamiento. Y una temática y contexto inusitados: el camino al combate y la muerte donde, exultante, proclama: “Sólo la luz es comparable a mi felicidad”.

Obra fundacional de lo cubano: todos los componentes de la manigua (nombres de objetos, comidas, topónimos, indigenismos, de flora y fauna) se vuelcan por primera vez en la literatura.

Signada por el misterio: fragmentada, ocultada, con destinos tortuosos y ediciones milagrosas, los Diarios son, sobre todo, un documento sobre los hombres que le acompañan en su peregrinar por Haití, República Dominicana, Gran Inagua y Cuba, sobre los altos ideales de la República por fundar, sobre la maravilla de la naturaleza cubana y el sentimiento de identificación con la tierra de la que tanto tiempo estuvo ausente.

Es también bazar de recuerdos, reflexiones, costumbres, remedios y lenguaje campesinos; retratos de jefes mambises, pasajes llenos de ternura, simpatía y humor. No quedan fuera sus preocupaciones, dolores, angustias, frustraciones. Ni tampoco premoniciones, lamentablemente, cumplidas (como el caudillismo, militarismo y recurrencia a la violencia que asolarán la República años después).

Aquí hallamos al Martí más puro, en cuerpo y espíritu; al verdadero y completo Apóstol.

A los 42 años, quiere dejar asentados los acontecimientos relacionados con una guerra que él había convocado y organizado. Sabía que sus apuntes servirían para explicar más adelante (y estas son sus palabras) “los hechos públicos, casi siempre determinados, o torcidos, por la bondad o maldad de los caracteres personales”. (Carta a Carmen Miyares, 10 de abril de 1895). Pero los Diarios no son una bitácora fría de corte político sino literatura, y de la mejor. Para algunos, la mejor.

Aunque se habla en ocasiones de dos diarios, en verdad, se trata de uno solo en dos partes, que corresponden a itinerarios diferentes: De Montecristi (en República Dominicana) a Cabo Haitiano (en Haití); y de Cabo Haitiano a Dos Ríos, en la parte oriental de Cuba.

Los apuntes van desde el 14 de febrero al 17 de mayo de 1895 (cerca de tres meses). Quedaron inconclusos debido a su muerte el 19 de mayo, ocurrida en el primer y único combate de su vida, fatal escaramuza de Dos Ríos en que la hubo una sola la baja: la del jefe de la Revolución.

La primera parte, De Montecristi a Cabo Haitiano, contiene unaDedicatoria: A Carmen y María Mantilla (hijas de Carmen Miyares y Manuel Mantilla). Fue enviada a Carmen en Nueva York desde Cabo Haitiano. Al parecer, ella decidió ocultarlo; en 1910 lo envió al coronel mambí Manuel Sanguily Garritte. Su hijo, Manuel Sanguily Aristi, lo halló y en 1932 se comunicó con María Mantilla con vistas a la publicación. María itió enterarse en ese momento de su existencia. A la edición de Páginas de un diario siguieron otras.

La segunda parte había quedado bajo la custodia del ayudante de Martí, Ramón Arriaga. Este, luego de la muerte del Apóstol, entregó el cuaderno, intacto, al General Máximo Gómez. Pasadas varias décadas fue hallado en los archivos del Generalísimo cuando se preparaba una edición de su Diario de campaña. La obra vio la luz en 1940. El de Martí estaba intercalado y ahora le faltaban cuatro páginas.

Al año siguiente fue publicado De Cabo Haitiano a Dos Ríos de manera independiente. Y a esa le siguieron varias ediciones. La última, publicada en La Habana en 1996, supuso una revisión de los manuscritos mediante el uso de técnica moderna y un nuevo recorrido por los lugares que transitó Martí tras su desembarco. Como resultado, se pudieron corregir innumerables errores de interpretación y edición, identificaron palabras ilegibles, completaron espacios en blanco y se incorporaron aclaraciones sobre sitios, personajes y circunstancias.

Entre las dos partes hay diferencias notables en cuanto a ritmo narrativo, tono y contenido.

Durante su estancia en Haití y República Dominicana, Martí debió evitar el espionaje español que le seguía bien de cerca. Temiendo caer prisionero, evitó la alusión a personas y lugares vinculados con la conspiración, así como a cuestiones de estrategia y táctica. Por ello la primera parte parece más bien notas de un excursionista, quizás aficionado a la antropología. Incluso la “dedicatoria” forma parte de un calculado enmascaramiento. Un dato que lo demuestra: entre el 7 y 28 de marzo no hay anotaciones. Sin embargo, el 25 Gómez y Martí firmaron el Manifiesto de Montecristi, el documento más importante de la guerra.

La llegada a la isla, el 11 de abril, marca un cambio radical en forma y contenido: los acontecimientos se suceden con celeridad, el autor se muestra eufórico (estado que cambiará después de la reunión en La Mejorana, el 5 de mayo). Ahora no se priva de gozarse por las nuevas experiencias. Y el primer deleite es el de la escritura misma que, en breves descansos entre marchas y deberes, a veces bajo la pobre luz de una vela, no esconde la voluntad de estilo: primero a lápiz y luego —tras corregir, pulir y completar—, a tinta, para complacencia del poeta, periodista y editor.

Durante el trayecto desde Playitas de Cajobabo hasta Dos Ríos (más de 370 kilómetros), Martí se transforma: se le nota más comunicativo y jovial, empático con los campesinos y la tropa, desenfadado y contento. Se pregunta Ezequiel Martínez Estrada: Pero ¿es que sabíamos cómo era Martí antes de estas revelaciones (...)?

Parecería que su presencia irradia un halo sanador: Gómez parece menos hosco (a veces), y en ocasiones (las menos) se muestra hasta tierno; los jefes, rudos, estrenan sonrisas; los campesinos, atenciones y juramentos: “por Ud. doy mi vida”, “¡hasta sus huellas!” (“besar” queda elíptico), profieren algunos fieles. Lo llaman “presidente” y eso levanta celos. Debe entonces desviar las demostraciones de afecto, pero reconoce el 19 de marzo: “Vamos forjando almas”

Quiero detenerme en algunos pasajes que muestran la excelencia literaria de Martí. El 14 de febrero de 1895 dibuja con maestría el retrato de uno de tantos personajes con quienes se encuentra:

A Don Jacinto, de perfil rapaz, le echa adelante las orejas duras el gorro de terciopelo verde: a las sienes lleva parches: el bigote, corvo y pesado, se le cierra en la mosquilla: los ojos ahogados se le salen del rostro, doloroso y fiero: las medias son de estambre de color de carne, y las pantuflas desteñidas, de estambre roto.—Fue prohombre, y general de fuego: dejó en una huida confiada a un compadre la mujer, y la mujer se dio al compadre: volvió él, supo, y de un tiro de carabina, a la puerta de su propia casa, le cerró los ojos al amigo infiel. "¡Y a ti, adiós!: no te mato, porque eres mujer!".

Tal vez disimula el conspirador, pero no el brillante narrador que es. Y no nos asombra: ¿acaso no lo ha demostrado con aquella “noveluca” que escribió por encargo en una semana (Lucía Jerez) o en los cientos de conmovedoras crónicas…?

He aquí otra insuperable muestra, escrita el 14 de mayo:

Veo venir, a caballo, a paso sereno bajo la lluvia, a un magnífico hombre, negro de color, con gran sombrero de ala vuelta, que se queda oyendo, atrás del grupo, y con la cabeza por sobre él. Es Casiano Leyva, vecino de Rosalío, práctico por Guamo, entre los triunfadores el primero, con su hacha potente: y al descubrirse le veo el noble rostro, frente alta y fugitiva, combada al medio, ojos mansos y firmes, de gran cuenca; entre pómulos anchos; nariz pura; y hacia la barba aguda la pera canosa: es heroica la caja del cuerpo, subida en las piernas delgadas: una bala, en la pierna: él lleva permiso de dar carne al vecindario; para que no maten demasiada res. Habla suavemente; y cuanto hace tiene inteligencia y majestad.

Martí se siente más cubano, y más cercano a aquellas gentes que arrostran sacrificios y se juegan la vida. Le colma, por primera vez, un hondo sentimiento de fraternidad: “Subir lomas —dirá— hermana hombres”. Y comparte, en territorio cubano y entre mambises, marchas, remedios, conversaciones y comidas a las que denomina “ofrendas” cargándolas de connotaciones místicas.

¡Ah! antes de dormir, viene, con una vela en la mano; José, cargado de dos catauros, uno de carne fresca, otro de miel. Y nos pusimos a la miel ansiosos. Rica miel, en panal. —Y en todo el día, ¡qué luz, qué aire, qué lleno el pecho, qué ligero el cuerpo angustiado! Miro del rancho afuera, y veo, en lo alto de la cresta atrás, una paloma y una estrella.

Él, que con motivo de la muerte de Ralph Waldo Emerson en 1882, había refrendado en un artículo las ideas del filósofo trascendentalista, escribe el 2 de abril: El hombre asciende a su plena beldad en el silencio de la naturaleza. Y ya en la manigua cubana se siente maravillado —mucho más que en las montañas de Catskill, al sureste de Nueva York— ante el espectáculo en derredor. El 18, leemos uno de los pasajes más citados por su belleza poética.

La noche bella no deja dormir. Silba el grillo; el lagartijo quiquiquea, y su coro le responde; aún se ve, entre la sombra, que el monte es de cupey y de paguá [pajuá], la palma corta y espinuda; vuelan despacio en torno las animitas; entre los ruidos estridentes, oigo la música de la selva, compuesta y suave, como de finísimos violines; la música ondea, se enlaza y desata, abre el ala y se posa, titila y se eleva, siempre sutil y mínima: es la minada del son fluido: ¿qué alas rozan las hojas? ¿qué violín diminuto, y oleadas de violines, sacan son, y alma, a las hojas? ¿qué danza de almas de hojas?

Martí no se queda en la mera descripción. Sus palabras van cargadas de emoción, cubanía y patriotismo. El cruce del Cauto les conmueve …

De suave reverencia se hincha el pecho, y cariño poderoso, ante el vasto paisaje del río amado. Lo cruzamos, por cerca de una seiba, y, luego del saludo a una familia mambí, muy gozosa de vernos, entramos al bosque claro, de sol dulce, de arbolado ligero, de hoja acuosa. Como por sobre alfombra van los caballos, de lo mucho del césped. Arriba el curujeyal da al cielo azul, o la palma nueva, o el dagame, que da la flor más fina, amada de la abeja, o la guásima, o la jatía. Todo es festón y hojeo, y por entre los claros, a la derecha, se ve el verde del limpio, a la otra margen, abrigado y espeso.

Nadie conocía a Martí, botánico amoroso:

Veo allí el ateje, de copa alta y menuda, de parásitas y curujeyes; el cajueirán, [caguairán] "el palo más fuerte de Cuba", el grueso júcaro, el almácigo, de piel de seda, la jagua de hoja ancha, la preñada güira, el jigüe duro, de negro corazón para bastones, y cáscara de curtir, el jubabán, de fronda leve, cuyas hojas, capa a capa, "vuelven raso al tabaco", la caoba, de corteza brusca, la quiebrahacha de tronco estriado, y abierto en ramos recios, cerca de las raíces, (el caimitillo y el cupey y la picapica) y la yamagua, que estanca la sangre.

¿Han visto, acariciado, alguna vez un almácigo? Una capa fina, como de cebolla, se le despega de la corteza. Martí poetiza el nombre: el almácigo, de piel de seda.

La obra no abunda en combates. Martí insiste en que la guerra sea “enérgica y magnánima”. Teme acostumbrarse la violencia —anota el 25 de abril: “¿cómo no me inspira horror, la mancha de sangre que vi en el camino?”—. Solicita el perdón a condenados a muerte. No siempre se le concede, como en el caso de Pilar Masabó, acusado de robo y violación. Este es uno de los pasajes más dramáticos:

Masabó sombrío, niega: rostro brutal. Su defensor invoca nuestra llegada, y pide merced. A muerte. Cuando leían la sentencia, al fondo, del gentío, un hombre pela una caña. Gómez arenga: "Este hombre no es nuestro compañero: es un vil gusano”, Masabó, que no se ha temblado [sic], alza con odio los ojos hacia él. Las fuerzas, en gran silencio, oyen y aplauden: Y mientras ordenan la marcha, en pie queda Masabó, sin que se le caigan los ojos, ni en la caja del cuerpo se vea miedo: los pantalones, anchos y ligeros, le vuelan sin cesar, como a un viento rápido. Al fin van, la caballería, el reo, la fuerza entera, a un bajo cercano; al sol. Grave momento, el de la fuerza callada, apiñada. Suenan los tiros, y otro más, y otro de remate. Masabó ha muerto valiente. "¿Cómo me pongo, Coronel? ¿De frente o de espalda?" "De frente". En la pelea era bravo.

En los Diarios, y otros textos paralelos, Martí intuye la proximidad de la muerte. Las últimas frases del 17 de mayo presentan un campamento apacible y silencioso: una profunda sensación de tristeza nos embarga:

Está muy turbia el agua crecida del Contramaestre— y me trae Valentín un jarro hervido en dulce, con hojas de higo.

Siempre faltaría tiempo para trasladar la riqueza, belleza y espiritualidad de los Diarios de Campaña. Su potencial estético, ético y gnoseológico es inmenso. Sería formidable recorrer, mediante una lectura atenta, el itinerario martiano; cruzarlo, con cartas y documentos del mismo período. ¿Les seduce la idea?

El autor impartirá un Taller de Lectura (GRATUITO) sobre los Diarios. Sábados, de 12 m a 2:00 pm. Desde el 23 de marzo al 8 de junio del 2024, en el Centro de Adultos de Coral Gables, FL 33134). Para inscribirse llamar al teléfono (305) 586-7736 o escribir a [email protected]

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