MIAMI.- Con el estreno de Cintas de seda, obra de Norge Espinosa dirigida por Jorge Luis González, concluye la 7ma. edición del Miami Open Arts Fest, evento multidisciplinario que a pesar de sus pocos años de trayectoria, ya se ha convertido en todo un referente en el marco escénico de Miami.
Para esta séptima entrega, su fundador Eddy Díaz Souza, añadió como ingrediente novedoso la presentación de dos nuevas compañías teatrales recientemente establecidas en el sur de la Florida, una de ellas, Thymele Teatro, ha sido además, la encargada de clausurar el festival.
Cintas de seda, Premio José Jacinto Milanés, Ediciones Matanzas, 2007, es una obra intemporal, mágica y poética, en la que se hace confluir, en un sentido bien Lezamiano, dos caminos que detienen su andar en un mismo espacio, en este caso un hospital en época de pandemia, a dos mujeres únicas y a la vez diferentes, Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695) y Frida Kahlo (1907-954), ¡qué coincidencia!, cada una de ellas vivió justamente 47 años. Válgase añadir, a no ser que el texto haya sido reescrito por su autor, que es asombroso que se unan en medio de una pandemia, cuando la humanidad soportó una recientemente, o quizás sea de los aportes de Marcial Lorenzo Escudero, quien hizo la adaptación.
Sor Juana, religiosa que se enfrentó a su época, a través de una obra mística, pero con momentos profanos, y la pintora Frida Kahlo, que también desafió a su tiempo y tuvo una vida provocadora, muestran en Cintas de seda sus rostros más íntimos, y es quizás este uno de los mayores logros de esta propuesta, no mostrar a la inválida pintora mexicana y a la monja entregada a su fervor religioso, sino a dos mujeres intensas, que sobreviven y retan.
Betsy Rodríguez se crece en su personaje de Frida. Lleva el peso de la obra, es la que marca la secuencia escénica. Su personaje habla repetidamente de la muerte: “La muerte es una cosa enorme”; “Mi cuerpo nunca estuvo enteramente vivo”; “La muerte es un museo”; “El adiós no es otra cosa que la muerte”. Se mueve provocativa, dibuja en las paredes de la habitación, pinta a Sor Juana y bebe de botellas vacías. Su personaje vibra, mientras penetra con su mundo atormentado en el público.
Por su parte, Yani Martín, como la Monja, le imprime a su personaje belleza física y gracia, a pesar de los sobrios hábitos que viste. Sus versos están escritos en las paredes de la habitación donde cuida como enfermera a la Pintora, con la que conversa en un lugar sin tiempo propio, pero que también podría ser la celda donde medita y sufre. Dos actrices que se complementan en escena para lograr un trabajo armónico.
Hay un tercer protagonista, el Doctor, que interpreta Jorge Luis González, quien, recordemos, también dirige la puesta. Su personaje es enteramente contemporáneo, apegado a la realidad. Deambula por la sala con una bata de médico desde mucho antes de comenzar el espectáculo, conversa con el público. Su trabajo termina de desarrollarse en escena, donde los actores interactúan con el público en varias ocasiones. El romper la cuarta pared en esta ocasión es parte de la atemporalidad de la propuesta. Su Doctor es simple, brinda un monólogo sobre su mujer y le inyecta tranquilizantes a la enferma Frida.
La escenografía de Oscar Brigas Soteras es muy sencilla y funcional, pero de impacto, en particular por los dibujos realizados en las paredes del escenario por el artista plástico Carlos Artime, que magnifican el espectáculo.
Entre poemas, pintura, el constante recordatorio de una pandemia devastadora y un torrencial aguacero que no cesa, transcurre esta obra. Con una Frida con sus características flores en su cabello, una Sor Juana en su permanente peregrinar por la fe, y un médico que lucha por salvar la vida de quienes ya no están, discurre con acierto Cintas de seda.